MARILYN MONROE: LA REINA SOLA / IVPor Waldemar Verdugo Fuentes.
Marilyn decía: “Me inicié haciendo en el cine de rubia tonta y fácil. Y voy a terminar igual.” Enfrentada, decididamente, a Hollywood, la estrella proclama que todos los papeles que la obligaban a hacer “son ridículos.” No lo sabía, pero era una comediante memorable.
En su última película, que dejó sin filmar, Marilyn nos legó esta imagen suya postrera: desnuda, como se inició cuando fue "la chica del calendario".
El artista es siempre su peor crítico: de hecho, un síntoma del arte es la disconformidad del propio autor. Y Marilyn no fue una excepción. A la actriz nunca la dejó conforme una sola de sus películas.
Tal como señala Mailer, para la estrella, “Los inadaptados” no puede convertirse en otra cosa que en su canonización. Al terminar la cinta se divorció formalmente de Arthur Miller y ya nunca vivió con nadie. En esta época comienza a escribirse el capítulo final de Marilyn, y que se enraíza con John Fitzgerald Kennedy y su hermano Robert. Marilyn conoció al Presidente en el pináculo de su arte: era la mujer más famosa de la Tierra y estaba sola. Enamorarse del político que llegaría a convertirse en uno de los hombres más ilustres de su época, cuando ya era considerado un adelantado, quizás significó para Marilyn un reto. Se conocieron en casa de Peter Lawford, cuñado de los Kennedy y actor de relativo éxito. Desde entonces, estaba intervenido su teléfono; especulándose, incluso, que si el Presidente la abandonaba, Marilyn estaba dispuesta a irse a vivir Cuba, para apoyar el gobierno de Fidel Castro. A mediados de 1961, escribe Stephen Morrison:
-“Marilyn acostumbra a recibir unas ocho mil cartas a la semana. Le escriben desde todo el mundo, y se necesitan canastos especiales para acomodarlas. Ella ni siquiera las recibe en su nueva casa de Helena Drive y allí permanecen en la oficina de Correos hollywoodense. Todos se preguntan, ¿qué pasa con Marilyn? Su rutina diaria comienza alrededor del mediodía, cuando su secretaria, Pat Newcob, la pasa a buscar en un Ford blanco, va de compras, a su abogado o al estudio de su siquiatra, el doctor Greenson. No recibe a nadie extraoficialmente. De noche, la hemos visto salir a cenar con Frank Sinatra y con su ex esposo Joe Di Maggio. Siempre en lugares frecuentados por gente de cine, y sus veladas, generalmente, terminan temprano. Ha reducido su círculo. Su figura y su aspecto son excelentes. Billy Wilder, que la dirigió en “Una Eva y dos Adanes”, había declarado que ya estaba demasiado viejo y rico para dirigirla una vez más, sin embargo, ahora cambió de opinión y dice: “Estoy tentado de hacer un filme con Marilyn, así digan que ya no recibe tantas cartas de sus admiradores. La idea de que Marilyn pueda pasar de moda es lo mismo que decir que el mármol deja de ser apetecido, en circunstancia que hay cien escultores siempre dispuestos a trabajarlo. Es una excelente intérprete; y como actriz cómica no tenemos a nadie mejor. Ella odia su papel, pero nadie más existe que pueda hacerlo.”
El juicio de Wilder era común. También su estatura humana la sostuvo, en público, hasta el final. Tal cual la vio María Romero casi una década antes: “Atravesamos los salones y va quedando una estela de murmullos: “¿Marilyn? Sí... es ella... “Jamás me hubiese imaginado que es tan hermosa!”. Un mozo de hotel se acerca y, rojo hasta las orejas pide a Marilyn un autógrafo. Ella se detiene, pregunta sonriente el nombre del muchacho, firma y luego le extiende la mano con la misma gentileza que tendría para un joven monarca... Antes había comprendido el secreto de su belleza. Ahora se me revelaba el secreto de su magnetismo. A pesar de que se reconoce reina de la belleza y de la fama, Marilyn sabe pisar la tierra. No ha olvidado sus días de miseria ni sus horas de lucha, y tiene la misma sonrisa para el millonario que para el humilde. Fascina bajo la luz de los reflectores, pero en la vida real actúa con l sencillez y espontaneidad de cualquier muchacha... Marilyn no tiene ademanes exagerados. Su voz es suave y cadenciosa, como también son reposados los movimientos de sus manos... Sus ojos azules, aunque grandes, se ven poco porque entrecierra los párpados para hablar. Cuando ríe, muestra unos dientes preciosos, blanquísimos, parejos, infantiles. Sobre la frente le caen dos mechones de pelo que arregla a menudo en un gesto nervioso. Es el único ademán que tiene en relación con su belleza. En ningún momento se retoca el rouge ni se empolva la pequeña nariz. Jamás usa medias y sus pies son blancos, suaves, con las uñas pintadas en rojo orquídea. Aparecen los dedos más allá de la ancha franja de gamuza de sus sandalias que copian unos escarpines. Es bellísima, mucho más de lo que aparece en el cine... Dice que si hay algo en lo cual no tiene planes definidos es en el amor... Aguarda sencillamente... Aguarda con el corazón lleno de esperanzas...”
En enero de 1962 los corresponsales extranjeros de Hollywood, premian a Marilyn como a “La actriz más popular del mundo.” El Estudio, por contrato, la obliga a filmar “Algo tiene que ceder” (“Something gotta give”), la película que no terminaría nunca. A las seis de la mañana, Marilyn abría los ojos al llamado del despertador telefónico del Estudio. Apagaba la luz, porque ya no podía dormir a oscuras, y recibía el aviso de que debía levantarse para una nueva jornada. Llegaba al Estudio y allí la esperaban los jueces implacables, quienes seguían atentamente sus cambios de piel, el nacimiento de una arruga, la sombra de una fatiga, si su belleza seguía o no en pie, si debía ponerse a régimen, si descansar, si reteñirse el cabello o cambiar de crema. Allí se ponía en manos de Paula Strasberg, con quien repasaba una y mil veces los parlamentos, hasta que las dudas la abandonaban, y se sentía segura. Afuera, el veterano director George Cukor, mientras tanto, se impacientaba. Por lo general la filmación no podía iniciarse hasta pasado el mediodía, y Marilyn, que se había levantado a las seis de la mañana, ya daba a esa hora muestras de agotamiento y, por consiguiente, se mostraba irritada. Lo que se conserva de la cinta sólo es lo primero que filmó: las famosas escenas de su baño, desnuda. Al terminar de filmarlas, pudo oír la voz de Cukar que, complacido, le decía: “Estupendo, Marilyn. Sigues siendo perfecta. La más bella de todas.” Ella debió pensar que, después de doce años de cine, después de haber recibido excelentes críticas como comediante, después de todo un trabajo, se le volvía a pedir como única contribución al cine la de su cuerpo, su figura, sin importar siquiera si podía hablar o no. ¿Es que no había progresado bastante? ¿Es que jamás sería considerada sólo como una actriz? Y a Marilyn dejó de importarle el Estudio. No asistía simplemente en las mañanas, llegaba y se encerraba en su camerino, olvidaba el guión... en marzo viaja unos días a Acapulco; de paso se queda en la Ciudad de México y en el hotel en que se hospeda ofrece la que sería su última conferencia de prensa. El cronista de espectáculos Vásquez Villalobos, que estuvo allí, narró así la situación:
-“...No obstante las precauciones, había más de trescientas personas en el salón. Marilyn Monroe llegó a la cita con la prensa con una hora de retraso. Vestía un traje verde, de jersey, ajustado. Inmediatamente fue rodeada por los fotógrafos, quienes se negaron a apartarse de ella durante toda la entrevista. Echaron raíces a sus pies, y no hubo poder humano que lograra moverlos. Los redactores nos vimos obligados a subirnos a las sillas para conversar con la estrella. Incluso hubo quienes se colaron por entre los pies de los demás para cumplir su cometido. Hacía un calor insoportable. A pesar del motín, la preciosa estrella no se inmutó. Sonreía encantadoramente y entornaba los ojos, o bien lanzaba besos a las cámaras. La intérprete de la estrella se vio en aprietos ante el alud de preguntas de los periodistas y de los admiradores que se hacían pasar por reporteros. ¡Qué de tonterías le preguntaron! ... Marilyn habla con voz tersa, como un murmullo. Dejó que la falda subiera un poco más arriba de las rodillas y bebió un sorbo de champaña que le habían servido en una copa. Alzó la copa y brindó por México... Varios agentes de la Dirección Federal de Seguridad custodiaban estrechamente a Marilyn, pero ella parecía no sentir ningún peligro. Está acostumbrada a enfrentarse a los hombres. Trescientos estábamos frente a ella y éramos una insignificancia...”
En Hollywood, la estrella tenía detenida la filmación de “Algo tiene que ceder”, y, al volver de México, siguió irregularmente el trabajo. En esos días, el fotógrafo George Barris la retrató para VOGUE en las playas de Santa Mónica, con un grueso chaquetón de lana artesanal que había comprado en México. Está bellísima y no volvería a permitir ser retratada, no, al menos, oficialmente. Mailer advierte de estas fotos que, “en los ojos de Marilyn no llega a verse ningún suicidio. Solamente se ve una mujer sensible y delicada, en la playa, y parece pensativa. Pero la cuestión a destacar es que mal parece estar a punto de acabar.” Mientras tanto, las toma que le hiciera Larry Schiller para la cinta que estaba filmando, desnuda en la piscina, se filtraron a la prensa y aparecían en publicaciones de todo el mundo; sólo en América, entre febrero y abril, aparecieron en la portada de 32 revistas. En esos días, Marilyn falta varias semanas al Estudio “por enfermedad”. Dispuestos a no tolerar más sus estados de ánimo, la Fox decide despedirla y sustituirla por otra actriz rubia; su coestrella, Dean Martin, amenaza con abandonar el filme si sale Marilyn. En medio de la polémica, la estrella decide viajar a Nueva York, donde, el 19 de mayo, hace su última presentación pública, en el Madison Square Garden, en una fiesta que varias artistas organizaron para celebrar los 45 años del Presidente Kennedy. Marilyn apareció en el escenario enfundada en un vestido ajustadísimo, de malla tejida con lentejuelas, que sólo le permitía dar pequeños pasitos. De lejos, así, “semejaba una aparición maravillosa”, según narra Bob Marshall: “Marilyn le cantó al Presidente el Happy Birthday ante veinte mil concurrentes electrizados por su presencia. Delante de ella todos estábamos estremecidos. Causó sensación. El Presidente dijo: “Ya puedo retirarme de la política, después de este Happy Birthday que me ha cantado miss Monroe.” Durante esa aparición en público fue ovacionada calurosamente. Pudo comprobar que seguía siendo famosa, y ganó un admirador insospechado: el propio Ministro de Justicia, “Bobby” Kennedy, quien, al decir común de los biógrafos, se ha prendado de Marilyn.”
Nadie sabe, en verdad, si es que alguna vez Marilyn se topó con el verdadero amor. Su único acompañante asiduo en sus últimos días fue, efectivamente, Robert Kennedy. Ella, de vuelta en Hollywood, se integra nuevamente al Estudio para tomar las últimas escenas que alcanzaría aún a filmar de “Algo tiene que ceder”: aquellas en que aparece conversando con un niño, que hoy suelen verse en las películas que sobre la vida de la actriz se hacen. Trabajó muy poco; a veces, cuando llegaba al Estudio, poco después aterrizaba un helicóptero y Marilyn abandonaba la filmación. En esos días, a Louella O. Parsons, la primera cronista en ocuparse de ella, le da Marilyn su última entrevista. Por supuesto, no citan a Kennedy, pero Marilyn le confiesa que está con alguien; le dice: “El amor es la única cosa inmortal que tenemos. Sin eso, ¿Qué puede significar la vida?.” Comenta “Algo tiene que ceder” como de un trabajo que está realizando por obligación de un contrato, dice; “El argumento es pésimo. La única preocupación que tienen es que luzca bien, pero, casi no puedo hablar. Hemos tomado una escena en que debo expresar a un niño que soy su madre, y el niño tiene parlamentos más inteligentes que los míos.” Le pregunta Louella cómo se siente haciendo, por primera vez, de madre. Y Marilyn responde: “Pensé que podía ser maravilloso, cuando leí el argumento. Quizás lo más importante que encontré. Pero, cundo llegué al Estudio, el primer día de filmación, noté que el niño que interpreta a mi supuesto hijo, huía de mí. El niño escapaba cada vez que yo intentaba acercármele. Cuando me dio la oportunidad, le pregunté por qué huía de mí, y respondió: “Miss Monroe, sólo puedo estar junto a usted mientras estamos delante de las cámaras. Me han dicho que si no lo hago así, me iré al infierno.” Louella le pregunta por qué no ha recibido la correspondencia, cartas de admiradores de todo el mundo que se acumulaban por miles en Correos. Marilyn dice:
-“Mi casa es pequeña. Es casi sólo una alcoba. He de mudarme a una casa tan grande que pueda guardar al mundo, a quien pertenezco. Yo pertenezco al público no por mi talento o belleza, sino porque nunca he pertenecido a nadie más.” Marilyn se aproximó secretamente a su fin. El primero de junio celebra sus treinta y seis años; en los libros que pretenden contar quién era, se puede ver aquella fotografía en que está a punto de soplar las velas en una torta de cumpleaños. Después de ver aquella foto, comentaría a su amiga Pat Newcomb: “Mi boca sonríe, pero mis ojos están muertos.” Dos semanas después, cuando su abogado le comunica que ha sido despedida definitivamente de la Century Fox, para Marilyn representaría un fuerte golpe, que había de acercarla irremediablemente a la tragedia, según la misma Pat Newcomb, quien, la mañana del seis de agosto, ante el cuerpo ya sin vida de Marilyn, gritaría a los reporteros: ¡Buitres! ¡Buitres! ¡Sigan, sigan fotografiándola!.
© Waldemar Verdugo Fuentes.
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