MARILYN MONROE: LA REINA SOLA / FINALPor Waldemar Verdugo Fuentes. (Fragmentos Publicados en VOGUE-México)
Es imposible comprender qué pensamiento se cruzó por la mente de Marilyn cuando ocurrió su eclipse, esa fracción de tiempo en que se hizo inmortal. Hoy, tenemos sus viejas películas (y tan nuevas). Y sigue viva en nuestra memoria colectiva, radiante y hermosa, como regalo inmortal para el hombre del siglo XX de oro.
"Nunca pertenecí a nadie. Por eso puedo ser de todos". (M.M.)
Antes de devolverse a la distancia, en Jerusalén, Arthur Miller declaró a EFE que, “si se pudo asesinar al Presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, también es posible que la muerte de Marilyn Monroe fuera un
asesinato. No tengo pruebas para afirmar con certeza que eso es lo que ocurrió a mí ex esposa Marilyn en 1962.”
Lo cierto es que, a partir del eclipse de la estrella, se ha especulado sobre la razón de su partida. Ella no tenía problemas comunes que la indujeran al suicidio, por decir, no le faltaba dinero, o sea, el fantasma del hambre ya no la acechaba. Y, si bien la había despedido el Estudio, ofrecimientos de trabajo le sobraban: sobre una mesa sencilla que la actriz ocupaba de escritorio, se encontraron 12 guiones de América y Europa que la pedían como estelar, y aceptar cualquiera le hubiera significado una entrada inmediata de un medio millón de dólares. Claro que ella no estaba en plan de aceptar cualquier guión en ese momento. Se ha especulado, entonces, desde que se supo la noticia. La quinta noche de agosto de ese 1962, la más luminosa estrella de Hollywood había sucumbido ante una sobredosis; lo más posible es que se apagó por accidente, es que... hacía calor y estaba sola. Se fue sola y todos los hombres deseándola. La encontraron casi acurrucada en su cama, desnuda, con su mano derecha aferrada al auricular del teléfono, envuelta en la débil luz de una lámpara de velador. Para Mailer, su muerte convirtió a Marilyn Monroe en la “Primera Dama” de los fantasmas norteamericanos: “ ¡Qué sacudida fue para los sueños de la nación que el ángel muriera por una dosis excesiva! Fuera suicidio premeditado por ingestión de barbitúricos o suicidio accidental por perder la cuenta de la cantidad de barbitúricos que había tomado, fuera un fin aún más siniestro. Nadie pudo saberlo. Su muerte se cubrió de ambigüedad...” ¿Qué tan tremendo debía pasar en la mente de Marilyn la tarde anterior de su eclipse? Nadie lo sabrá jamás. No dejó ninguna nota escrita; no le hizo comentarios a nadie. Esa tarde llamó por teléfono al doctor Greenson: “¿Qué puedo hacer para dormir?”, preguntó la estrella, y el médico le sugirió un paseo en automóvil por la playa. Ella no salió. Según el testimonio del ama de llaves, Eunice Murray a Christopher Olgisti de la BBC de Londres, 1985, la estrella su último día fue visitada por el correo en la mañana, negándose a recibir al enviado, a quien entregué su recado: “Muy pronto recibiré toda la correspondencia acumulada.” En la tarde, declaró la señora Murray, la visitó Robert Kennedy, quien se retiraría temprano, porque Marilyn estaba de mal humor, “odiaba sentirse sola, pero, aparentemente, no quería ver a nadie.” El ama de llaves descubrió el cuerpo a las 3.35 horas de ese sábado, cuando, desconcertada porque un disco de Sinatra se repetía una y otra vez en la habitación de Marilyn, decidió llamar para preguntarle si necesitaba algo: “Después de haber llamado con insistencia a su puerta y luego de no recibir contestación, llamé al doctor Greenson, quien rompió un vidrio y entramos al dormitorio, encontramos a Marilyn ya sin vida. Luego de comunicarnos con el doctor Engelberg, su médico internista, sólo atinamos a esperar, incrédulos, hasta las 4.25, en que llegó la policía.” Sólo para certificar que la actriz ya había trepado por la cuerda celeste, y había huido hacia las alturas, con sus ojos que ya no serían más cegados por los flashes, con su destino ya superado. No había nada preparado para impedirle que partiera, y abrazó al infinito, sola, con su cuerpo de mármol pálido. Se fue en silencio, apenas acompañada por la voz que escapaba de un disco, como para que a nadie se acusara de su tragedia, de su vida, y todos algo tuvimos que ver con su vida, al menos, los que vivimos algo de su tiempo. Se fue llevándose los ademanes inseguros de cuando no estaba actuando, acabando su temor a romper a romper la ilusión; se fue sabiendo que, lo más posible, era que ningún nuevo encuentro traerá para ella la salvación. Siempre será a la “otra” Marilyn a la que le sucedan las cosas, no a ella misma, a la otra que sonríe desde los anuncios luminosos. Irremediablemente condenada a símbolo sexual de una civilización, esta tarea desmesurada le cerró toda otra puerta posible, se borraron de su mente todas las otras salidas que no dan a la muerte. Quizás algo así como el hastío barría su memoria, entrechocándose con el tic-tac, tic-tac, de su corazón enorme. Debió ser a la hora en que ella luchaba contra el vértigo, embriagada para escapar de las fieras que esperan en los laberintos oscuros, cuando quiso dar otro paso, cuando estaba tan alto que no había más, y, cayó al vacío que es la muerte. Aquí, nadie reclamó de inmediato su cuerpo abandonado en la casita de Helena Drive, entre cajas con miles cartas que ya ni cabían, entre restos de cosas, ropa en desuso, frascos vacíos.Mientras, todo el mundo lloraba su muerte. Quizás, por eso, nadie acudió a rescatar de inmediato sus restos. Por orden del juez del condado su cuerpo es entonces trasladado a las bóvedas refrigeradas del Ayuntamiento de Los Ángeles, hasta que alguien viniera, para quedar oficialmente transformada en el caso N. 81.128 del juez de primera instancia con rótulo de “Posible suicidio.” Un día después, Joe Di Maggio solicitó el privilegio de hacerse cargo de su entierro. Sheilah Graham escribió en UPI: “... los funerales de Marilyn fueron tranquilos. Ninguna estrella de cine fue invitada, a fin de que el trágico momento no se convirtiera en espectáculo. Sólo la acompañaron Di Maggio y su hijo, Paula y Lee Strasberg y antiguos empleados de la estrella... Marilyn yacía en un sencillo ataúd dorado y vestía de verde. Joe Di Maggio colocó en su pecho un ramo de flores y la despidió, llorando, con un beso en la frente. Aunque Marilyn se había convertido al judaísmo, al casarse con Arthur Miller, la ceremonia se hizo conforme al rito luterano. Miller envió una corona, pero excusó su asistencia. Di Maggio fue el último en salir del cementerio de Westwood Village en Los Ángeles. Los cientos de personas que rodeaban el campo santo se abalanzaron entonces a la tumba y arrancaron las flores en recuerdo.” Miguel de Zárraga Jr., corresponsal en Hollywood para varios países latinos, enviaba así lo que vio: “Su entierro se realizó el miércoles 8 a las 13 horas. La misa, en la Village Church del mismo cementerio en el 1225 de South Glendon Avenue, fue ofrecida por el Pastor A. J. Soldan, que basó su sermón en la cita “que maravillosamente fue hecha por el Creador.” También leyó el Salmo 23. La alocución mortuoria estuvo a cargo del maestro de actuación Lee Strasberg, que dijo estas palabras:
“-Marilyn Monroe era una leyenda. En vida, creó un mito de lo que una niña pobre puede lograr. Para todo el mundo se convirtió en el símbolo del eterno femenino. Pero no tengo palabras para describir ese mito ni esa leyenda. Yo no conocía a esa Marilyn Monroe. Nosotros, los que nos reunimos hoy aquí, conocíamos sólo a Marilyn, un ser humano cálido, impulsivo y tímido, sensitivo y temiendo ser rechazada, y sin embargo ávido de vida y tratando de realizarse. No insultaré el recuerdo personal de cada uno tratando de describirla para ustedes, que la conocieron. En nuestros recuerdos se mantiene viva y no sólo como una sombra del cine o una personalidad “glamorosa”. Para nosotros, Marilyn era una amiga devota y dedicada, una colega en búsqueda permanente de perfeccionamiento. Compartimos su pena y sus dificultades y algunos de sus goces. Era parte de nuestra familia. Es difícil aceptar que su ansia de vida haya terminado con este horrible accidente. A pesar de las alturas y brillos ya conquistados en el cine, seguía planeando para su futuro. Y confiaba en todas las cosas atrayentes que preveía para más adelante. A sus ojos –y también a los míos- su carrera recién empezaba. El sueño de llegar a demostrar su talento no era un ansia infantil; era una realidad. La primera vez que se me acercó quedé asombrado de esa sensibilidad que había logrado mantener incólume a pesar de todos los problemas y esfuerzos de su vida y su carrera. Otras eran básicamente tan bellas, pero obviamente había algo más en ella, algo que la gente veía y apreciaba en sus papeles y con lo que ella se identificaba. Tenía una cualidad luminosa –una combinación de brillo, ternura y ansia- que la separaba de los demás y, al mismo tiempo, hacía que el resto de la gente quisiera participar, ser parte de esa ingeniosidad suya, casi infantil, que era a la vez tímida y vibrante. Esa cualidad se hacía más evidente aún en un escenario teatral. Siento que la gente que realmente la quiso no tuviera la oportunidad de verla, como nosotros, en los numerosos papeles que anticipaban una extraordinaria carrera. Sin duda alguna habría llegado a ser una de las más grandes actrices de nuestro teatro. Y tampoco puede decirse que todo ha terminado. Confío en que su muerte despertará simpatía y comprensión hacia esta artista sensitiva, hacia esa mujer que proporcionó alegría y encanto al mundo. No puedo decir adiós. Marilyn detestaba las despedidas, y copiando esa manera que ella temía de dar vueltas las cosas para enfrentar la realidad..., diré “hasta la vista”. Después de todo, a ese país a que ella ha partido todos iremos algún día de visita.”
Después de la ceremonia, narra De Zárraga Jr., “el ataúd de Marilyn fue trasladado desde la iglesia al campo santo a través de una fila de guardias uniformados. Al lado de afuera de las murallas del cementerio, numeroso público, fotógrafos y cámaras de televisión, sobre plataformas especialmente levantadas, trataban de ver el acto. Cuando los escasos asistentes al entierro abandonaron el campo santo, toda la avalancha de público corrió hasta el nicho de Marilyn.”
Desde entonces, en las numerosas biografías que se han escrito, no existe, no hay una versión exacta, definitiva, de su “verdadera” muerte, por decirlo de alguna forma. Hay autores, como Fred Lawrence Guilles (en “Los últimos años de Marilyn”) que, francamente, atribuyen su deceso a una sobredosis. Otros investigadores, como Robert Masser (en “La última noche de Marilyn”) sostienen que una sobredosis de Nembutal, que la estrella solía usar, la hubieran obligado a dejar señales, como, por ejemplo, vómitos, que es lo que ocurre con una sobredosis. Su cuerpo no presentaba los típicos síntomas de un envenenamiento, en que el cadáver se encuentra generalmente con sus dos manos aferradas al estómago: se la encontró con una mano sobre su cadera y la otra fuertemente aferrada al auricular. Sigue Masser: “Se sabía que el teléfono de Marilyn estaba intervenido desde que inició su relación con los Kennedy, ¿Cómo, entonces, no sabemos a quién ella llamaba, o con quién francamente hablaba? Surgió entonces la versión sobre asesinato, y candidatos a culpables de ello hay dos: el FBI y la mafia.” Norman Mailer, al respecto, ha cuestionado: “¿El FBI?. Pero ¿Qué rama del FBI? ¿La que protegía la reputación de los Kennedy o la que acumulaba pruebas contra ellos?”.
Dice Masser: “Se sabe que el Ministro de Justicia estuvo con ella hasta antes de las veinte horas, cuando la llamó el hijo de Joe di Maggio desde una Base Naval en San Diego: éste ha dicho que Marilyn fue coherente y nada presagiaba una tragedia. A esa hora, a Bobby se le vio, solo, en el aeropuerto de Los Ángeles, rumbo a San Francisco; el aeropuerto llegó con su guardia personal en un helicóptero que lo trasladó desde Malibú, donde está la casa de Peter Lawford. Negándose, en lo que a Bobby respecta, cualquier participación posterior. Sin embargo, la otra versión señala que Marilyn llamó a la casa de Lawford en búsqueda de auxilio, sabiendo que allí estaba Bobby. Este y Lawford habrían acudido a casa de Marilyn, encontrándola en estado de coma. La decisión inmediata fue llevarla al Santa Mónica Hospital, en donde Marilyn, realmente, habría muerto; regresando, de inmediato, el cadáver a su casa. La evidencia siniestra de esta historia la proporciona Walter Shaefeer, dueño de una empresa de ambulancias que lleva su apellido, quien asegura que Marilyn estaba en coma en su casa, y que murió posteriormente en el Santa Mónica Hospital, donde no existe el menor indicio de que así haya ocurrido. Peter Lawford acepta que Marilyn lo llamó para despedirse y que él fue la última persona que habló con la actriz, sintiéndose culpable por no haberla ayudado.” Dice Deborah Gould, esposa de Lawford luego del divorcio de éste de Pat Kennedy. (en “Marilyn” de Lee Taylor) que, “la noche en que Marilyn murió, ésta telefoneó a Peter y le dijo que no resistía más y que sería mejor para todos si ella moría; Peter no la pudo ayudar porque esa noche estaba borracho.” En “La historia el hombre que controló América”, escrita por Chuck y Sam Giancana, parientes del jefe mafioso de la época Sam Mooney Giancana, sostienen que éste mandó a asesinar a Marilyn para desacreditar a los Kennedy, involucrando a Robert en el asunto. Mooney Giancana era uno de los afectados por la persecución gubernamental que iniciara el Presidente Kennedy contra el crimen organizado. Así, relatan, “cuando Bobby abandonó esa noche la casa de la diva, ingresaron cuatro asesinos, que la sedaron, con un supositorio especial de Nembutal; la idea era implicar al Ministro de Justicia. Sin embargo, el FBI, que dependía directamente de Bobby, habría alcanzado a sacar los elementos que delataran la presencia en el lugar de su jefe y crearon la sensación de suicidio para cuando llegara la policía.” Hay otras tantas versiones, y algunas tan contradictorias en sí misma, que ni viene al caso tratar. Lo cierto es que, hasta ahora, nadie ha aclarado o desmentido los hechos, y, lo más probable, es que nunca sepamos la verdad, difuminada por las recreaciones de que se alimenta el mito. Dice Mailer: “La muerte de Marilyn se cubrió de ambigüedad, como la de Hemingway se enturbió de horror, y como las muertes y los desastres espirituales llegaron uno tras otro a las reinas y los reyes norteamericanos, como mataron a John Kennedy, y a Bobby, y a Martin Luther King...”
El desaparecimiento brusco de Marilyn, su tragedia, dentro de su aparente trivialidad, ha de ser considerado como uno de los actos dramáticos que ha sufrido la memoria colectiva del siglo XX. Ideal, como la vemos en sus películas, en las tantas fotos (y tan pocas), enriquecido el mito, Marilyn no es una leyenda; ella es más que una actriz ahora, más que simplemente la creación por excelencia de Hollywood, con un destino predecible: Marilyn conforme un aspecto de la cultura del siglo (y, en especial de la cultura norteamericana, naturalmente). ¿Cómo fue posible que a esta mujer la dejáramos sola, tan brutalmente sola? Este siglo es un mundo de apariencia fabulosa, pero, en el futuro, ¿Podrán siquiera imaginar lo que sufren los individuos? Cada cual ha debido envolver su impresión en desenvoltura, a perderse. Se utiliza como imagen del hombre del XX comparándolo con el cortocircuito eléctrico en arco reflejo libre, viviendo entre la excitación (sensorial, afectiva, imaginaria) y la descarga del comportamiento motriz; con su psiquis colapsada, consciente e inconsciente reducido a máscara. Con la reflexión interior obligada a cumplir su rol neutralizador enfrentada a extremas dificultades. Enfrentado al ancestral conflicto propio de la razón de ser, que evade, sólo parece servir mantenerse a resguardo de los riesgos anteriores, de la sorpresa, que caracterizan a la época, en que uno se compara con otro y se desploma, como si ignorara la existencia de ese orden oculto a cualquier entendimiento. ¿Se sufre más en el siglo XX de lo que sufrieron generaciones anteriores? Eso, no podremos nunca saber con certeza. Ciertos antecedentes, como, por ejemplo, las estadísticas de suicidio, son demasiado recientes, para evaluar, de alguna manera. Cada acto de comportamiento suicida rompe la armonía inherente a lo humano, por supuesto; y, en especial, el de Marilyn representa el drama de una mujer que, enfrentada a su época, llegó a los 36 años, se encontró sola, era verano y pensó que su trabajo era un fracaso, decidiendo, en una fracción de segundo, disolverse en aquella noche de agosto. Hoy, llegan a diario caravanas de automóviles a visitar su tumba en el Westwood Memorial Park, donde, cada amanecer, hay rosas frescas. Sobre su sepultura, en un bello jarrón, un anónimo admirador marcó esta leyenda: “Marilyn, nosotros comprendemos.”
© Waldemar Verdugo Fuentes.
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