Saturday, February 11, 2006

Marilyn Monroe: la Reina Sola.

MARILYN MONROE: / I de V
Por Waldemar Verdugo Fuentes.
Fragmentos Publicados en VOGUE-México.


La historia de Marilyn es similar al cuento de Cenicienta, pero sin un final feliz. En la anécdota trivial del hombre nuestro de cada día, ella, sin embargo, logró además legar la imagen de una posibilidad de felicidad más allá de la Pantalla. La historia de Marilyn, entonces, narra las vicisitudes de una muchacha sola y desamparada que se convirtió en reina de una época dorada.
Izquierda: Marilyn Monroe a los 18 años es retratada en una oscura dependencia del Ejército, donde ella trabajaba como obrera en la fabricación de paracaídas. Revelada la película, todos los oscuros laboratoristas advierten su belleza, contactándola con una agencia de modelos. Su primer trabajo fue posar desnuda para un calendario, y su belleza asombró al mundo.


Lo normal es que entre la muerte y nosotros no haya sino la forma de los otros seres. Una vez que vamos desapareciendo, no queda más que la muerte, que es el olvido. Esto es lo normal: vamos olvidando a los que parten antes. Con Marilyn Monroe, la más grande estrella cinematográfica del siglo XX, ha sucedido lo contrario. Pareciera que cada vez que la vemos en una de sus cintas, más cercana se hace (quizás sí el cine no se inventó sólo para eternizarla).
Marilyn Monroe llegó al pináculo de su carrera profesional hace cuarenta años, en 1953, cuando filma “Los caballeros las prefieren rubias”, “Niágara” y “Cómo casarse con un millonario”. Ya ninguna otra estrella de Hollywood la superaría en gloria, pero la fama no la hizo feliz. Vivía errante de casa en casa –como en su infancia- sola con una maleta llena de restos de ilusiones. Fue siempre actriz, porque la índole especial de su sino la obligó a escoger un oficio de esos que se ejercen entre el cielo y la tierra. Ya en 1953 estaba entregada a las fieras que intentaban devorarla, pero, aún mantenía el ejercicio de sus alas. Veía su cuerpo pegado en las paredes, cortado en menudos trocitos de letras luminosas, imantando al resto del mundo, fuera de ella misma. Quizás por esto caminaba así, tan distinta a todas las otras mujeres, desplazándose como si sus pies untados de niebla la elevasen suavemente de la tierra, y, por dentro, en el alma el vértigo que al final enturbió sus ojos.
Quienes la conocieron la recuerdan extraordinariamente frágil, como un cristal que estallaría al menor contacto, emanando tanta vida que parecía agitarse siempre la muerte a su derredor, por debajo de ella, como una aparición angélica (es cierto que todos los ángeles mueren jóvenes). Dicen sus amigos que de cerca parecía envuelta en alas, que de su pecho dibujado por senos perfectos parecía brotarle un corazón más pesado y grande del que pudiera sostener. Sabemos que, al final, murió devorada por la fiera implacable, sin embargo, ella fue siempre en secreto la domadora de sus sentimientos, de su corazón fenomenal. Nació sin padre conocido, lo que es ya un principio de soledad; luego, intentó su oficio cuanto se lo permitieron, obligada a un aislamiento definitivo allá en la altura; equilibrándose en la cuerda floja que le tendió su destino de estrella humana, expuesta medio desnuda a todo el planeta, sobre el viento abismal, sin dulzura.
Los hombres de su vida sólo fueron escalones que ella subió sin marcharse: el amor adolescente, un jugador de béisbol, un escritor, un agente de publicidad, un Presidente... todos terminaron asqueándola, con tanto falso atributo de virilidad ante ella que sumaba a todas las mujeres. No es dudoso afirmar que no fue feliz con ninguno, no demasiado tiempo. Ningún hombre consiguió atarla a la Tierra. La excusa es decir que ella nació asustada del encierro en esa geometría delimitada que hace un hogar; que cuando intentaron crearle su casa, terminaba, siempre, en un solo batir de alas. El caso es que, de todos los hombres de su tiempo, a ninguno le fue dado ser su compañero en el cielo. De manera que, aquí, su ternura sin válvula de escape, acabó expresándola cuando se le daba un permiso como de día sábado. Y no lo soportó: ahogada en su último domicilio conocido de Helena Drive, en Los Ángeles, una noche, simplemente, abrió al vacío la puerta y se fue más allá.
Se dice que todas las especies (en particular la humana) se admiran apasionadamente a sí mismas, siendo el cuerpo propio la única verdadera forma consentida. Marilyn fue mucho más lejos: se le notaba en sus ojos transidos de preguntar a los espejos qué se esperaba de ella, quizás rogando que una sonrisa respondiera a la suya, temblorosa, con el aliento de sus labios cada vez más lejos del cristal, aclarando el reflejo y enfriando el espejo. Marilyn fue la única en no amar lo que era. Sola, lloraba amargamente lo que no era. Despreciada por todos, como sucede al artista en el pináculo de la gloria, sin más posibilidad que bajar al no poder llegar más alto, ella intentó desde antes sacar su alma triste fuera de sí misma, soñando con una infancia más clara de lo que fue la suya, y, ya agotados los sueños, se apagó naturalmente.
En sus últimas fotos vemos su cuerpo, perfecto, derrochando despavorida ansiedad, sus labios apretados, como nunca antes, luchando por sonreír, pálida como la pared de una herida, y sus ojos semejantes al lapislázuli enfermo. El siglo XX posee en su memoria, al menos, tres relatos diferentes de su partida, que no son sino tres caras de una misma desgracia: la vida que sufrió. Sin embargo, nada le daba miedo: ni los fantasmas ni el número trece ni el color amarillo en los ojos de los gatos. Sólo fue que no soportaba sentirse sola, abandonada, por eso, siempre habló en voz baja, como en un susurro, para no molestar, para hacer grata su presencia. Pero nadie entendió. Y sucumbió ahogada en todas las lágrimas que con valor no derramó jamás. Pues, nunca, nadie vio llorar a Marilyn. Estaba sola. Así, al final, conducía acelerando su auto, en la carretera a orillas del mar, en pos de ninguna parte o buscando cualquiera parte; era en las noches de California una mujer más, derrochando el capital fantástico de coraje acumulado en sus años de temeridad, cuando se inició en Hollywood. Aún cuando nunca se creyó eterna por creerlo cosa de locos, por eso recorría las pistas de la ciudad simplemente buscando un rostro, nada más. Pero arrastrando recuerdos de muchas huidas, de la miseria infantil y de peligros independientes que la acechaban, turnándose, y, secretamente, emparentados sólo con su alma. Fue Marilyn la máxima y más triste mujer de una época amenazada, resabio de dos guerras mundiales.
Su madre, Gladys Baker, técnico cinematográfico que empalmaba negativos revelados en la entonces Consolidated Film Industries de Los Ángeles, la bautizó como Norma Jean, nacida el primero de junio de 1926. Cuando le preguntaron el apellido que llevaría su hija, en el Hospital General de L.A., Gladys anotó el de su segundo marido, Edward Mortensen, de quien estaba separada hacía años. En verdad, Marilyn fue hija de un inmigrante danés, y Gladys, una vez dada de alta en el hospital, llevó a la niña a la casa de su madre, Della Monroe, quien vivía en Hewthorne, al sudoeste de la ciudad, dejándola allí. Della Monroe estaba enferma. La leyenda dice que ya entonces había encaminado sus pasos hacia la locura, y, cuando Marilyn tenía un año, trató de asesinarla. Marilyn le contaría, años después, a Arthur Miller: “Recuerdo despertarme de una siesta peleando por mi vida. Me apretaban algo contra la cara. Puede haber sido una almohada. Yo luchaba con todas mis fuerzas.”
La pequeña Marilyn fue acogida, entonces, por unos vecinos de Della, los Bolender, que no tenían hijos y cuidaban niños ajenos por una pequeña paga. Con ellos estuvo hasta los siete años, cuando Gladys la fue a buscar para seguir criándola. A Milton Greene, un fotógrafo amigo, Marilyn le confesó, muchos años después: “Mi madre era una joven mujer que no sonreía nunca. Tampoco jamás me besó o abrazó. De hecho, no hablaba, y yo no sabía mucho sobre su persona... cuando recuerdo a mi madre se me encoge el corazón aún mucho más que de pequeña. Tengo pena por las dos...”. En 1934, al volver a su casa desde la escuela, Norma Jean se encontró con que a su madre, “se la llevaron muy enferma, como fuera de su mente.” Gladys llegó al mismo asilo en que en 1927 había muerto su abuela. El diagnóstico de ambas: esquizofrenia. Marilyn quedó sola a los ocho años y ya, en cierta manera, nunca dejaría de estarlo.
Desde esa edad, pasó por orfelinatos y casas de familias una y otra vez; desde los ocho hasta los dieciséis años vivió en once hogares adoptivos diferentes, y en diversos pueblos de la geografía californiana. Fue víctima de abusos. Después de su muerte, y cuando su casa, que era poco más que una alcoba, fue revisada prolíficamente para encontrar algún mensaje que aclarara su deceso, se encontró, naturalmente, infinidad de joyas valiosas, dinero, vestidos finos, muchos premios, cajas y cajas con cartas de amor de hombres de todo el mundo, pero, no se encontró ninguna foto de infancia donde ella apareciera verdaderamente feliz. Sus Navidades no tuvieron magia. Alguna vez recordó: “Ellos (aludiendo a la familia de paso en que vivía), tenían hijos, y para Navidad había un gran árbol decorado. Todos recibían regalos, pero yo no. Uno de ellos me dio una naranja. Me recuerdo de ese día de Navidad en donde yo tuve una naranja para comérmela sola.”
En una entrevista, cierto día, le preguntaron:
-De su infancia se habla siempre mucho, y siempre para contar una historia muy triste. ¿Qué hay de cierto en todo eso?
Y Marilyn respondió:
-“Se lo puedo aclarar con dos anécdotas. La primera familia con la que viví me dijo que o debía ir al cine porque eso era pecado. Me decían que el fin del mundo se acercaba y que si yo estaba pecando cuando el mundo se acabara, me hundiría muy hondo. Así que las pocas veces que podía entrar a escondidas a un cine, me pasaba la mayor parte del tiempo rezando para que el mundo no se acabara. Las personas con quienes vivía se inquietaban porque reía demasiado fuerte. Seguro que me creían histérica. Pero se trataba solamente de una sensación repentina de libertad. Cuando preguntaba a los chicos: “¿Me prestas tu bicicleta?”, y ellos me decían “claro”, yo arrancaba inmediatamente a toda marcha, riendo a carcajadas hasta la punta de la calle, y los chicos me esperaban subidos a la acera. Yo adoraba el viento que me acariciaba.”
Decidió casarse a los dieciséis años. No hacía más que huir de su vida. Se casó con alguien como ella, era un hombre pobre de un barrio de Los Ángeles, un obrero de 21 años que, al ser llamado a enrolarse en las Fuerzas Armadas, llevó a Marilyn a emplearse en una fábrica de construcciones de paracaídas; allí, en su trabajo, en Burbank, un día de enero de 1945, y en una centésima de segundo, se fraguó su destino: un fotógrafo tomó fotos de las mujeres de la fábrica para ser utilizadas en un reportaje acerca de la contribución femenina en la guerra; revelada la película, todos los oscuros laboratoristas advierten la belleza y fotogenia de Marilyn, contactándola con una empresa publicitaria, donde le ofrecen trabajar de modelo. Así fueron sus comienzos, viviendo con treinta centavos de dólar al día. Al mes siguiente de que le quitaran su antiguo auto por no haber podido pagar sus cuotas, le ofrecieron posar desnuda para un calendario, y lo hizo, por cincuenta dólares que le pagó el fotógrafo Tom Kelley. La propia mujer de Kelley compuso el terciopelo rojo sobre el que Marilyn, con su forma perfecta de mujer, asombró al mundo. Las vibraciones sexuales del retrato causaron hasta alarma oficial, ligas de decencia llegaron a pedir que se prohibiera su envío por correo. El asunto la ayudó a consolidar un contrato con la 20th Century Fox, que le creó esa imagen de “rubia tonta” que a Marilyn perturbó enormemente. Según cuenta Lena Pepitone, la estrella, casi al final de sus días, dijo:
-“Empecé como rubia tonta y fácil. Y voy a terminar siendo lo mismo.”
Entonces, Marilyn, se inició en la pantalla en películas triviales como startlet de dudosa reputación, encantadora y sexy. Con su letrerito “the good bad-girl” al cuello, que terminaría por asfixiarla. Ella quiso ser actriz de Hollywood, y, desde sus comienzos, luchó por ello. En la Century Fox, Marilyn se integró de inmediato a su Laboratorio de Actores donde enseñaba Phoebe Brand, alta actriz del Group Theatre del Nueva York de entonces. Fue su primera muestra, y señalaría de Marilyn, años más tarde:
-“Llegaba al Estudio y se comportaba con gran timidez, pero, absolutamente atenta a todo cuanto yo decía. Cuando le pedía un ejercicio nunca supe qué hacer con ella. Era extremadamente retraída. No sabía qué pensaba del trabajo, y cuando le hablaba, se limitaba a escucharse sin omitir opinión alguna. Nunca me imaginé que lograría ser única en su encantador estilo para la comedia. Marilyn tenía 21 años, y, en verdad, sólo era una chica más que pasó en mis clases... es como si yo hubiera estado ciega. No la vi diferente a las demás, excepto en su timidez. Aún así, logró trabajar desde un comienzo.”
Su nombre nació en 1946. Se lo creó el publicista Ben Lyon, cuando llegó el momento de la primera cinta en que se la cita: ¡Scudda Hoo! ¡Scudda Way! En 1948 vence su contrato con la Century Fox y no se lo renuevan. Un año de privaciones económicas y de tocar puertas hasta que la RKO la contrata sólo para actuar 30 segundos en una película de los Hermanos Marx, “Amor en conserva”. No le bastó más: convence de inmediato. Durante el estreno privado de la cinta, Marilyn, con todos sus miedos, se aferró a la primera persona que encontró cerca suyo, confesándole, con sencillez, su nerviosismo. Esta persona resultó ser Louella O. Parsons, la mítica cronista de chismes fotográficos, que publicaba su columna diaria en los medios impresos de William R. Hearst, distribuidos en todo USA y varios otros países. Por Louella el mundo se enteró que la chica del calendario se había criado en orfelinatos y había tomado su nombre de la actriz Marilyn Miller y el apellido de su abuela que estaba en un asilo de dementes, como su madre. De inmediato, también escriben acerca de ella las otras grandes cronistas de Hollywood, como Elsa Maxwell, Hedda Hopper escribió:
-“Marilyn no tendrá valor para salir de la mediocridad que marcará sus trabajos futuros.”
Terrible profecía. La actriz debió asumir un rol que terminaría por asfixiarla: el de mujer-cuerpo, sin nada piel adentro. En una entrevista de 1954 a María Romero, la cronista latina de Hollywood, decía Marilyn:
.”No olvidaré mi estupor cuando Mr. Zanuck me mandó llamar para ofrecerme un contrato. Al oírle, le dije: “ ¡Pero si me ha tenido usted contratada, despidiéndome porque no sería!”, a lo que el magnate del estudio respondió, sin inmutarse: “No importa. La contrataré de nuevo, y esta vez la ocuparemos”... Hice muchas películas, pero apenas abrí la boca... algunas de mis primeras intervenciones ni siquiera se vieron, porque, por una razón u otra, se cortaron las escenas en que yo aparecía; en otras, resulta difícil recordarme por corto de mi actuación.. ganaba muy poco. Ahorré en todo lo que pude, menos en mis estudios. Preferí no comer, pero no cortar mis cursos. Ganaba unos dólares yendo a las casas de los empleados del Estudio para cuidar sus niños mientras los padres salían de paseo. Nunca dejé de creer que debía prepararme por si se presentaba la oportunidad...”
Marilyn debió trabajar aún en una media docena de películas triviales, en que su nombre ni siquiera aparece en el reparto, hasta 1950. En esa época conoció a Johnny Hyde, uno de los más influyentes representantes de estrellas de le época de oro de Hollywood. Hyde se enamoró y ayudaría a Marilyn. Él era un hombre cabal, y, para ella representó un amigo en tiempos difíciles, pocos meses, pues Hyde había de morir poco después; pero, antes, y, quizás tal cual un canto del cisne, le enseñó a Marilyn muchos trucos que, felizmente, aplicaban otras estrellas (no, en vano, él había lanzado a la fama a Rita Hayworth). De Hyde, ella aprendió a sonreír siempre, aprendió a modular la voz hasta crear su característico hablar susurrante, como se habla en la intimidad, y que había de encantar al mundo. Y él había de lograr el primer filme en que aparece mágicamente Marilyn: “Mientras la ciudad duerme”, dirigida por John Huston, y que inicia, formalmente, la corta serie de películas que nos dejara la estrella. También Hyde consigue que Marilyn sea incluida en el reparto de la última cinta que filmaba, entonces, otra de las grandes de Hollywood: Bette Davis. Junto a ella, y dirigida por Joseph L. Mankiewicz, trabaja en “La malvada”, que, cuando se estrenó ese 1950, fue un gran éxito, y lo sigue siendo en las funciones nocturnas de televisión que incluye películas consagradas. En la cinta, Marilyn hace de amante estupenda y medio tonta, con mucho que lucir pero poco que decir, y, en gran medida, marcó el rumbo de los personajes que hubo de interpretar después; mujeres-objeto, poco inteligentes, pura presencia sexual que, por sola obra de su gracia, ella doraba con un inimitable toque de elegancia, porque, digámoslo, nunca se ve vulgar. En algunas de sus cintas estelares, el personaje que interpreta ni siquiera tiene nombre, y, sin embargo, su impacto a través del simple celuloide es impresionante. Es como un bello milagro. Inmediato a su éxito en “La malvada”, Marilyn filma “Pasaje para Tomahawk”, “La bola de fuego”, “Viudas adorables” y “Tempestad de pasiones” (1951), en que interpreta a una obrera en un mercado de pescados. Ese mismo año trabaja en “Me jugué la mujer”. En 1952 filma “Niágara”, donde, decididamente muestra sus dotes de actriz sólo apoyada en cortos parlamentos. Ese año filma también “Vitaminas para el amor”, “Travesuras entre matrimonios”, “Risas y lágrimas” y “Pase sin llamar”. En 1953 se establece definitivamente en la memoria colectiva, cuando filma “Los caballeros las prefieren rubias”. Desde entonces ya se habla de ver una película “de Marilyn Monroe”. El Estudio le ha subido el sueldo y, desde entonces, por lo menos, el fantasma del hambre desaparece de su vida. De inmediato, se la ve deliciosa en “Cómo pescar un millonario”. En 1954 filma “El mundo de la fantasía” y “Almas perdidas”, su único western, dirigida por Otto Preminger.
© Waldemar Verdugo Fuentes.